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Os voy a decir toda la verdad

 

 A la hora de la brisa

 

“Os voy a decir toda la verdad, sin ocultaros nada... Manifestad a todos los hombres las acciones de Dios, dignas de honra, y no seáis remisos en confesarle. Bueno es mantener oculto el secreto del rey y también es bueno proclamar y publicar las obras gloriosas de Dios.”(Tob.12, 11.6-7).

 

Abrimos esta página con este texto precioso de la Palabra de Dios que nos habla de proclamar siempre la gloria, las acciones y la misericordia de Dios. De confesarle en todo tiempo y lugar por su gran fidelidad. Y de acoger sus secretos, sus confidencias de amigo, de esposo y amante fiel en lo más hondo de nuestro ser. Y saborear de Él cada palabra, cada secreto de su corazón, cada beso de su boca en lo más íntimo del nuestro, valorándolo como el mayor de los tesoros, como la perla más preciosa.

La llamaremos “a la hora de la brisa”, porque eso queremos que sea esta página, brisa de su presencia, de su compañía, de su sabiduría que se abre, contagia, ilumina, y enciende el corazón del amigo con el que Dios en esa hora, compartiendo su intimidad y sus deseos, como brisa suave, nos revela su voluntad, nos fortalece y nos da luces para, en medio del mundo, ser luz y sal, y camino. Y ungidos hacer sus obras y aún mayores...

“A la hora de la brisa” también, porque desde aquella primera, en la que los pasos de Dios por el edén, buscaban al hombre ya escondido y desnudo, para compartir en confidencia divina con el que era su imagen, y hablarle y revelarse desde lo íntimo, como un amigo con su amigo. Desde entonces, aún sabiendo de su escondimiento desconfiado y de su culpabilidad herida... los pasos no han dejado de sentirse, y Dios con su brisa no ha dejado de venir a donde está el hombre…

Y es que desde aquella vez, Él, no ha dejado de venir, de mirar, de acercarse, de buscar al hombre con hambre de abrazos de misericordia y comprensión...

Porque Él, desde aquella hora truncada, no ha querido dejar de ser brisa, rocío divino, para las estrellas, para el   hombre y la creación entera.

Brisa cuando, entre las risas de Sara, duerme en alianza fecunda a Abrahán.

Brisa que en combate de lucha nocturna es vencida en Jacob antes del alba.

Brisa que como zarza ardiente y santa descalza a Moisés para que hasta sus pies pisen la santidad.

Brisa que es carbón encendido para purificar el corazón y el ser del profeta de labios y pueblo impuro.

Brisa que es “Dios te salve llena de gracias”, y pataleo de Juan, feto en las entrañas de Isabel.

Brisa que es paseo y  llamada a la orilla del mar de Galilea entre remiendos de redes.

Brisa y bienaventuranza de los que creen que no lo son porque lloran y tienen hambre y sed.

Y cena de amigos que celebran la vida y la resurrección.

Y misericordia inclinada.

Y sanación y liberación del corazón leproso.

Y Betania, y Jerusalén, y Cena Santa que se hace Eucaristía.

Y Pentecostés que, aún con puertas cerradas, se hace lenguas de fuego y saludo de paz...

Hora de brisa en caminos de Damasco que del perseguidor saca el Apóstol. Hora de brisa, de brisa, de brisa...

Y en esta hora de brisa, hoy, entrando en ella como la Palabra encarnada y fecunda entró en las entrañas de María, con el mismo viento que aquella, en su presencia y compañía, sentimos que nos habla, diciéndonos “toda la verdad”, la de la proclamación  de su obrar de Rey y Señor, y la de custodia y saboreo de su secreto en el corazón.

Y hoy, ante Él, en mí y en la vida que me rodea, en tantas situaciones y cosas pequeñas y sencillas... Cuántos pasos de Dios que se acerca, cuántas manifestaciones de su obrar dignas de honra, de proclamación, de alabanza... para que en los demás y en mí, al confesar con los labios lo que experimenta y cree el corazón, se contagie y crezca la fe, y alumbre como lámpara y candil en el candelabro, y al verla sean muchos los que alaben al Padre del cielo, y se entone el canto de alabanza universal desde el coro multicolor de todos los hombres y mujeres del mundo… Porque hoy también los de toda raza, pueblo y nación han visto y  contemplan con sus ojos las obras maravillosas del Salvador...

Y en esta hora ¡Cuánta fidelidad del que siempre es fiel y viene en ayuda de la debilidad y se manifiesta en ella con su fuerza y su poder en el barro de cada vasija!

Y en esta hora “toda la verdad” que se nos ha revelado es: que el que es y permanece siempre fiel, el que hace obras dignas de ser proclamadas, el que nos contagia de su fidelidad y nos confiesa ante su Padre cuando nosotros le confesamos. “La verdad completa” es: que tiene y quiere compartir secretos en Betania, que quiere encontrar quien los acoja y los saboree, y los guarde en meditación de amor...

Es verdad que hay que proclamar el hacer y el obrar siempre nuevo de Dios en el mundo y en nosotros. Pero “toda la verdad”, la que afina la sensibilidad del corazón y del alma para descubrir el obrar de Dios, la que alimenta y fortalece para confesar al Señor. Esa “verdad toda”, empieza por abrir el corazón como María y Marta su casa, y estar siempre a la espera, con las puertas abiertas, la casa preparada y la mesa dispuesta, para acogerlo y cuidarlo como sólo el amado y la amante saben... Con todos los detalles,  pero sobre todo estando pendientes de la Palabra de su boca, que es la mejor parte, la que nadie te va a quitar nunca del saboreo de tu corazón.

Acerca de toda esta “verdad toda”, Juan de Ávila, que sabía mucho de evangelización y de amores con el Esposo, dice que “no es agraciada la esposa que no sabe de amores, y que no es buena tampoco la que cuenta en la fuente lo que sucede en la alcoba”...

Hoy también, el discípulo, el testigo, el apóstol de Cristo, el evangelizador, ha de confesar y proclamar cada día, sin miedo, sin cansarse y con fuerza las obras precisas y dignas de la gloria y honra de Dios que vive.

Pero, igual que aquellos amigos de Betania, y los que remendaban redes en la orilla del lago, y los que han sido a través de los tiempos. Hoy, el amigo, el apóstol… tiene que ser, saber y querer como el íntimo de la intimidad de Su Corazón.

Y hoy también el Señor con sus pasos se acerca a quien sin esconderse por verse desnudo  y caído, y roto y maltrecho por la debilidad de su barro, le abre la puerta y le invita a pasar, para que Él, en hora de brisa, le muestre su corazón, y le abra su alma, y le alimente de su amor…

Por eso también hoy, buscando y buscando, el Señor te ha encontrado en la orilla, con hambre de su Palabra, de su secreto... Te ha encontrado dispuesto, deseando conocerle en lo hondo, para vivir de él y de lo que te muestre en lo escondido. Porque tu mayor tesoro y lo que más valoras es a Él y lo de Él, su voluntad y sus cosas como el alimento más enjundioso, la perla más preciosa y el mejor de los tesoro. Qué importa que las redes estén rotas, mientras el novio está cerca dedícate a gozar de su presencia amorosa, de su confidencia más hondas.

Pues, cómo hablará del corazón amoroso de Dios quien no ha entrado ni se goza de estar en él saboreando sus amores. Cómo llevar al corazón de los hermanos lo que no conoce ni ha saboreado del corazón trinitario de Dios. De qué tesoros abundará  el corazón para que los pueda proclamar y cantar la boca. De qué se alimentará y dónde se sostendrá, cuando el camino se hace  largo y duro guiando  como un ciego a otros ciegos…

Sin tesoro, sin perla, sin secreto del Rey en el corazón. Sin contemplación, sin saboreo de lo escondido de Dios, la boca sólo será charlatana, perico o loro repetidor de palabrerías, campana o címbalo...

Eso queremos que sea esta página, hora de brisa, casa de amigo en  Betania, momentos de Tabor o Jerusalén, de pesebre  y cueva de Belén, de estar a solas con Él, al descampado, al amanec

Juan José Gallego Palomero.

 

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