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Pregón de Navidad 2007 - 2008

 

CANTOS  DE ESPERANZA

 

PREGÓN DE NAVIDAD

SANTA IGLESIA CATEDRAL

 

PLASENCIA 21 – XII – 2007

Juan José Gallego Palomero

 S.I.C. de Plasencia 21 – XII – 2007

 

 

“Por aquellos días salió un edicto de César Augusto ordenando que se empadronase todo el mundo... Iban todos a empadronarse, cada uno a su ciudad. Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Mientras estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada. Había en la misma comarca unos pastores, que dormían al  raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño. Se les presentó el ángel del Señor, la gloria del Señor los envolvió en su luz y se llenaron de temor. El ángel les dijo: No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre... ”(Lc.2,1-12ss)

 

Al preparar el pregón de Navidad que el Cabildo de esta, nuestra Santa Iglesia Catedral, al que pertenezco, me ha encomendado, he tenido siempre delante, hasta materialmente, este evangelio de la buena noticia, de la mejor de las noticias, que nos anuncia con gozo y bulla divina el nacimiento de Dios en la Tierra.

Y metiéndome en él con la ingenuidad y el asombro de un niño, me venían muchas ideas que no sabía bien de qué manera presentaros; han sido pocos días, pero delante del Portal de Belén, me ha sonado con unción esta Palabra de Vida, que saboreándola, la he contemplado y dado muchas vueltas en mis adentros...

Hasta me vino la idea de hacer el pregón como si se tratara de un telediario no manipulado, pero vi que iba chirriar demasiado en la hipocresía del mundo tan sinceramente preocupado por el consumo, la subida del IPC y el EURIBOR, por la clara y nada sibilina precampaña electoral...

Y es que mi telediario contaría la noticia silenciada de prisa en los medios de comunicación, de clínicas con quirófanos de muerte dotados de trituradoras herodianas que muelen y mastican, ya descongelados claro está, entre ruidos estentóreos, cuerpecitos de niños no nacidos. evacuándolos en las cloacas, o arrojándolos con complicidad de alguien a basureros de nuestras grandes ciudades de España, para luego aprovecharlos en cremas y perfumes no agresivos de última generación para cosméticas rejuvenecedoras... iba a revolver muchas conciencias y no pocos estómagos.

Y también, si lo contara, iba a tener poco gancho, en medio del subliminal mensaje de “la república de mi casa”, la noticia regia del nacimiento del Príncipe de la Paz, el Enmanuel, el Dios con nosotros, el Rey del universo...

Y seguro que tampoco le darían el premio Novel, ni el “Príncipe de Asturias”, al “hombre del tiempo” que en lugar de anunciar el deshielo del polo y las tormentas y huracanes producidos por el cambio climático, hablara de las colinas que se abajan, y de estepas, desiertos y eriales  que se cubren de flores, y del lobo y el cordero que pacen juntos porque un niño les apacienta...

Ni tampoco, seguro, tendría mucho éxito la canción que cantara a la hermosura de los pies del mensajero, que, sobre los montes, anuncia la Buena Nueva, anuncia la salvación, y hace saltar los montes y colinas como carneros y corderos, y devuelve la vista a los ciegos, libera a cautivos, y llena de alegría al mundo porque  trae la paz, y grita con júbilo con estribillo roquero “Ya reina tu Dios, ya reina tu Dios...”

Por eso, dejemos que el telediario haga telediarios manipulados, con noticias maquilladas. Y permitidme, delante de este portal que, con tejado de arpillera verde y paredes ruinosas, “los belenistas del Cubanito” de nuestra ciudad hacen de corcho, y pintura, y serrín con estuco, y con unas imágenes llenas de ternura, que, recuperadas del tiempo, han vestido manos de madre y hermana con trocitos de telas añejas, para con mantilla de blonda andaluza y brocado de oro, componer el vestido, el manto y mandil de María la Virgen, y  con pedazos de tisú, o de damasco de casullas de antaño, fabricar la túnica pobre del Santo José..

Permitidme ahora ante este  belén, o ante el de vuestras casas y parroquias. o ante los de las iglesitas de nuestros monasterios y colegios, permitidme en este pregón hacer sólo un eco del misterio del Nacimiento donde os veo muy dentro.

En esta noche, con la Palabra de Dios hecho carne, os veo como a aquellos primeros pastores juguetones y contemplativos, que en la madrugada de Belén velaban al raso por turnos, bajo el cielo de las miles de estrellas que no pudo contar Abrahán... Os veo con los pastores y pastoras de todos los tiempos, que, con curiosidad y sorpresa,  se encontraron con el Niño, María y José...  ¡Qué era verdad todo lo que les habían anunciado los ángeles y aquello agrandó y confirmó su esperanza!.

En esta noche, al raso de nuestra catedral vieja, también estamos todos con María y José ante el Niño. Está el pastor mayoral de las ovejas, nuestro pastor Amadeo. Estamos los pastores zagales, unos presentes, y otros, sabemos, atareados en sus casas y parroquias, o enfermos, pero estamos aquí, está la Iglesia. Y aquí los tenemos a todos, contemplando y dichosos de ver lo que vemos, porque, adorando se ensancha el corazón y el alma, y nos caben más, porque en el corazón del que adora le caben todos los hombres del mundo, y el corazón lleno de nombres es el cielo. En adoración caben todos, por eso en el corazón del que nos preside en la fe de la Iglesia que peregrina hoy en Plasencia, y en el de todos y cada uno de nosotros sus miembros, en adoración, nuestros corazones tienen las medidas del cielo.

Hoy en este siempre nuevo Belén estamos todos, los de ayer y de hoy, no lo dudéis y oímos sus testimonios ardientes de lo que han visto, y hemos visto y contemplado del Niño que nos ha nacido, del Dios que se nos ha dado.

Y hoy, de esos pastores valientes, que siempre ha habido y hay en Belén, todavía nos resuenan testimonios que nos avivan y confortan en la esperanza más cierta. Los testimonios de aquellos que como los ángeles, conociendo lo más hondo del corazón trinitario del Padre de la Misericordia y del Consuelo, cantan porque Dios ha nacido y nos traen y acercan a nosotros la “gloria de Dios en lo alto y la paz en la tierra a los que Dios ama”.

Son los testimonios de los que han hecho y hacen cada día el camino y han llegado y animan a otros a llegar a la meta  de Belén, y comprobar en sus vidas, que es fuente de verdad y esperanza lo que se nos ha contado del Niño. Y es fuego y ardor nuevos la bendición que con sus manecitas de niño nos trae del Padre. Y es misericordia la mirada de Niño que aún hoy continúa llenando de LUZ y ESPERANZA la cueva del corazón del hombre que, entre telarañas de enredos, se deshiela egoísta en sus soledades sin fondo.

Testimonios de los que hoy, contentos, al raso, en la noche de estrellas, en el Belén de la historia, vuelven a hacer el camino: de Belén a Emaús, de Belén a Betania, de Belén al calvario,  pero proclamando a los cuatro vientos lo que han, y hemos visto y oído, lo que han palpado nuestras manos y contemplado nuestros ojos, y amado nuestro corazón del Verbo de la Vida... que aún hoy nos llenan y confirma en la esperanza 

En Belén hoy también hay testigos, los ha habido siempre, pastores que cantan y caminan en la esperanza ... Por eso en esta noche, desde el primer Belén, aquel de Judá, aldea pequeña entre las pequeñas, en la que nació el Mesías, el Salvador, a este Belén,  al leer y rezar, contemplando con vosotros esta Palabra acogida, que  resuena y resuena con eco divino: “envuelto en pañales... acostado en pesebre... el Mesías, el Cristo Señor...”; me viene a la mente, al mirar vuestros ojos de niños con tantas historias de cruz y de gozo en el alma,  que miran conmigo al que está en el pesebre, al que desde él nos bendice como desde el trono del cielo... Me suena esta noche muy bien y comparto con vosotros el eco de algunos testimonios... Testimonios-villancicos que recibí un día de hermanos pastores, y también un cuento de Navidad...

Os advierto, estos testimonios son villancicos sin rima, pero que ponen poesía de luz y aliento divino en la prosa de cada día para caminar seguros. Son latidos sinceros que salen de lo hondo del alma del hombre que vive la vida con Dios, y como Él llenan el mundo de bendiciones de luz y esperanza...

Para lo que las televisiones y los medios de comunicación de nuestra sociedad consumista quieren hacer de la Navidad, con anuncios y más anuncios para comprar y comprar, consumir y más consumir, para vestir, perfumarse, enjoyarse, viajar, beber, correr, ir, volver... Me viene la Imagen muy de Belén de cuando el Papa Benedicto XVI, como antes lo había hecho Juan Pablo II, visitaba en su viaje a Brasil las favelas, y recordé en el corazón unas declaraciones que el Obispo Brasileño Helder Cámara hizo un día a un periodista, contándonos como celebró tantas veces la Nochebuena de Belén en las favelas, en las que hacinados viven tantas familias: en regiones como la mía –dice el obispo- podemos vivir esta escena de María y José en Belén casi a diario, porque vivimos el drama de la expulsión de familias de sus tierras, en las que llevan viviendo años y años, y los nuevos compradores los echan,  y tienen que marcharse... Y cuando  expulsados llegan a las grandes ciudades, buscan algún lugar donde poder cobijarse y vivir. Y no pocas veces la madre está encinta. Y al final, cansados de buscar... acaban construyendo miserables chabolas... casi siempre en zonas pantanosas, donde nadie puede vivir. Y allí es donde hoy también nace Cristo. No hay buey ni asno, pero sí hay, a veces, algún cerdo y alguna que otra gallina... Es el pesebre, el pesebre viviente de Belén... Por supuesto –continúa diciendo el obispo- que en Navidad acudo a alguna iglesia a celebrar la Misa. Pero también en esos días me gusta celebrar alguna misa en uno de esos pesebres vivientes...  Entonces, y a veces pienso, ¿Para qué voy a ir en peregrinación a Belén, al lugar histórico del nacimiento de Cristo, cuando estoy viendo a Cristo nacer aquí actualmente, en cada instante...      

Para los que cierran sus oídos y sus corazones ante los herodes sembradores de muerte, trituradores de niños indefensos e inocentes, para los que a la muerte de ancianos lo llaman eutanasia, al aborto control de natalidad, libertad a disponer de mi cuerpo... y se escandalizan del maltrato de perritos y otros dignísimos animales... Me suena con fuerza y poder machacón e insistente algunas palabras valientes del más grande pastor del mundo en nuestros tiempos, Juan Pablo II, en Evangelium Vitae:

“El Señor dice a Caín: ¿Qué has hecho de tu hermano? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo (Gn 4,10). La voz de la sangre derramada por los hombres no cesa de clamar, de generación en generación, adquiriendo tonos y acentos diversos y siempre nuevos...

La pregunta del Señor ¿Qué has hecho?, que Caín no puede esquivar, se dirige también al hombre contemporáneo para que tome conciencia de la amplitud y gravedad de los atentados contra la vida, que siguen marcando la historia de la humanidad; para que busque las múltiples causas que los generan y alimentan; reflexione con extrema seriedad sobre las consecuencias que derivan de estos mismos atentados para la vida de las personas y de los pueblos...

Estamos frente a una realidad que se puede considerar como una verdadera y auténtica estructura de pecado, caracterizada por la difusión de una cultura contraria a la solidaridad, que en muchos casos se configura como verdadera cultura de la muerte. Esta estructura está activamente promovida por fuertes corrientes culturales, económicas y políticas, portadoras de una concepción de la sociedad basada en la eficiencia. Una conjura contra la vida, una guerra de los poderosos contra los débiles”.

O como aquellas otras, proféticas y llenas de esperanza, del  mismo Juan Pablo II en el mensaje de la Jornada Mundial de la Paz de 2001:

“La esperanza que sostiene a la Iglesia al comenzar el año... es que el mundo, donde el poder del mal parece predominar todavía, se transforme realmente, con la gracia de Dios, en un mundo en el que puedan colmarse las aspiraciones más nobles del corazón humano; un mundo en el que prevalezca la verdadera paz”.

Y continúa siendo testimonio, villancico valiente en esta noche, las palabras de un pastor que soñó, un negro que no era el rey Baltasar, y sí pastor creyente y sembrador de la verdadera esperanza en su pueblo,  Son palabras todavía de luz con las que muchos en este momento podemos continuar soñando con esperanza. Es Martín Luther King el que nos dice: “hoy en la noche del mundo y en la esperanza de la Buena Nueva, afirmo con audacia mi fe en el futuro de la humanidad. Me niego a creer que el ser humano no sea más que una brizna de paja azotada por la corriente de la vida, y sin tener posibilidad alguna de influir en el curso de los acontecimientos.

Creo que la verdad y el amor sin condiciones tendrán la última palabra. La vida, aún provisionalmente vencida, es siempre más fuerte que la muerte.

Me atrevo a creer, que un día, todos los habitantes de la tierra podrán tener tres comidas para la vida de su cuerpo, educación y cultura para la salud de su espíritu, igualdad y libertad para la vida de su corazón.

Creo igualmente que un día toda la humanidad reconocerá en Dios la fuente de su amor... El lobo y el cordero podrán descansar juntos, cada hombre podrá sentarse debajo de su higuera en su vida, y nadie tendrá que tener miedo. Creo firmemente que lo conseguiremos...”

Y resuenan hoy, cálidas y de gran alimento, como el pan recién horneado, el villancico, canto sublime de esperanza, canto sabio y claro, que, para que ésta crezca, y para confirmarnos en la solidez y el poder de nuestra fe, resuenan, digo, las que nos ha ofrecido el Papa Benedicto XVI en su última carta encíclica. Llevándonos a la profundidad de nuestra esperanza. Asegurándonos donde está la fuente de esta esperanza, verdadera y cierta, ésta que mana y corre aún en la noche del mundo, porque “nosotros  -dice el Papa- necesitamos tener esperanzas –más grandes o más pequeñas - las que día a día nos mantengan en camino. Pero sin la gran esperanza, que ha de superar todo lo demás, aquellas no bastan. Esta gran esperanza sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar. De hecho, el ser agraciado por un don forma parte de la esperanza; Dios es el fundamento  de la esperanza; pero no cualquier dios; sino el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto. Su Reino no es un más allá imaginario, situado en un futuro que nunca llega; su Reino está presente allí donde Él es amado y donde su amor nos alcanza. Sólo su amor nos da la posibilidad de perseverar día a día con toda sobriedad, sin perder el impulso de la esperanza... Su amor es para nosotros la garantía de que existe aquello que sólo llegamos a intuir vagamente y que, sin embargo, esperamos en lo más íntimo de nuestro ser: LA VIDA QUE ES REALMENTE VIDA.” (31).

Y nuestra esperanza, la esperanza cristiana no es egoísta y solitaria, viene de un encuentro personal con Cristo Salvador y “Ante su mirada, -dice el Papa- toda falsedad se deshace. Es el encuentro con Él el que quemándonos nos transforma y nos libera para llegar a ser verdaderamente nosotros mismos... –y el encuentro, precioso y deseado en lo más hondo del hombre, lleva purificación y destrucción de lo inútil- Pero en el dolor de ese encuentro, en el cual lo impuro y malsano de nuestro ser se nos presenta con toda claridad, está la salvación. Su mirada, el toque de su corazón, nos cura a través de una transformación, ciertamente dolorosa “como a través del fuego”. Pero es un dolor bienaventurado, en el cual el poder santo de su amor nos penetra como una llama, permitiéndonos ser por fin totalmente nosotros mismos  y, con ello totalmente de Dios. Y orientados hacia Cristo, hacia la verdad y el amor... experimentamos y acogemos este predominio de su amor sobre todo el mal en el mundo y en nosotros. El dolor del amor se convierte en nuestra salvación y nuestra alegría.”(47).

Y por eso nuestra esperanza, la esperanza cristiana, dice el Papa es comunitaria, se realiza en la comunión, porque de la comunión del corazón trinitario de Dios nace, y porque desde él nos preocupamos por el otro, con él le llevamos en el corazón y en la vida, y entramos e influimos en el templo sagrado del otro con nuestro bien y nuestro pecado, porque “Nuestras  existencias están en profunda comunión entre sí, entrelazadas unas con otras a través de múltiples interacciones. Nadie vive solo. Ninguno peca solo. Nadie se salva solo. En mi vida entra continuamente la de los otros: en lo que pienso, digo, me ocupo o hago. Y viceversa, mi vida entra en la vida de los demás, tanto en el bien como en el mal. Así mi intercesión en modo alguno es algo ajeno para el otro, algo externo, ni siquiera después de la muerte...  así el tiempo, éste, es ya tiempo de Dios, pues- en la comunión de las almas queda superado el simple tiempo terrenal. Nunca es demasiado tarde para tocar el corazón del otro y nunca es inútil. Y así –descubrimos que- Nuestra esperanza es, siempre y esencialmente también esperanza para los otros; sólo así es realmente esperanza también para mí...” (48).

El Cuento es la historia de una semilla, que entre muchas, nació en un país no muy lejano, con montañas, lago y desierto, con mar y con río, con hombres y mujeres de corazón grande... y a la que un día alguien, con tono y acento de amor y de fuego dulce en los labios, le dijo al oído, tú eres muy amado, y serás alguien muy grande”, y aquella semilla al escuchar esta palabra de vida y presente, de luz y esperanza se estremeció en lo más hondo de todo su ser y su alma...

Y la semilla primero sintió crecer su cuerpo con alma de niño, y se secó su piel de corteza de almendra, o de piña, o de paja..., y junto con otras semillas el viento de un día oscuro de otoño las hizo volar por los aires, y dando votes y saltos de circo, tropezaron y tropezaron, cayendo tiradas por tierra,  que, juntas con otras que ya habían caído, la tierra abrazó en su regazo, y las siembra en su seno de madre, y las arropa con mendrugos de tierra y de hojas podridas, y se fueron hundiendo en la sombra y el frío. Y la humedad de la lluvia las empapó para morirlas con vida...

Y  entre todas, la semilla que escuchó en sus adentros la palabra de luz y esperanza, viendo que, enterrada, se partía por medio, primero su piel o corteza de leña. Y después, pudriéndose, vio que le crecían pelitos de raíz por debajo. E hinchada, le surgía de dentro un tallo descolorido, un poco amarillento o verdusco... Pero aquella semilla, en lo que le quedaba por dentro, postrada, recordaba la misma palabra, “tú eres muy amada, y servirás  para algo muy grande”.

Y creció la semilla en su adentro, y asomó temeroso su descolorido tallito por entre los surcos de tierra, y contempló que otros tallitos estaban creciendo en el surco, y les hizo por señas un guiño de hojas endebles, y se saludó con las otras, las que fueron con ella tiradas en tierra. Y entre bullas, compartió de nuevo con ellas su experiencia de luz y esperanza, y les volvió a contar: “yo un día recibí una palabra de luz y esperanza que se grabó en lo más hondo de mí, porque aquella palabra me dijo que yo era ya muy amada y que sería alguien muy grande”...

Y las otras que  estaban con ella se mofaban con carcajadas de viento y de hojas al verla a su lado con los mismos fríos y la misma corteza... Pero ella, en lo hondo, guardaba como un tesoro precioso la misma palabra, “te amo mucho, y verás que estás destinada a algo muy grande...

Y todas aquellas semillas crecieron y crecieron torneándose su endeble tallo, y el aire las hizo más fuertes, y los hielos endurecieron sus troncos, y les creció la corteza, y le salieron más troncos con ramas... Y vivieron y vivieron contemplando de día la luz, y compartiendo las risas y columpios de niños, y los revoloteos y cantos de pájaros, y en las noches, aún en aquellas con cruces de estrellas, aquella semilla siempre, siempre, miraba a lo alto... Y cuando cerraba sus ojos, sentía con eco, un susurro muy dulce, “tú, amado de mi corazón, eres alguien muy grande...”

Y vinieron la sierra motora y el hacha leñera de Herodes, y fueron entrando en los troncos de aquellas semillas crecidas en tierra; y con graznidos de dientes de acero que arrancan astillas y disparan balazos de sabia y serrín,...que parten y terminan con la vida de troncos niños y adultos... y con sogas y tractores que empujan sus troncos, con chasquidos de ramas en caída violenta, los tumban por tierra y, doloridos, acallan cualquier esperanza...

Y nuestra semilla, ya tronco, como otro de tantos, caído y hoyado en la hierva, en el centro de su alma de niño, porque las semillas, aún cuando se hacen grandes y se rompen, también tienen alma de niño... recordaba entre sus vetas de años, “tú eres muy amado, y vivirás algo muy grande...”.

Y los madereros, como soldados romanos, con la avidez de cumplir con la orden más imperial de hacer un gran censo, recogen todos los troncos. Y sin verlo, dejaron un tronco en el campo, que olvidado, perdió la corteza; y el frío del hielo endureció  su madera, y la  humedad y el sol pusieron negra su cara, y los cerdos del monte, con su hocico de suela, hozaron su cuerpo, y los pájaros picotearon y dejaron encima sus excrementos, y los hongos se pegaron a gusto... Pero el tronco, a pesar de verse tan pobre, con silenciosa esperanza, recordaba todavía aquella palabra que aún seguía viva, “te amo, y eres tan valioso que servirás para algo muy grande...”

Y un día, después de varios inviernos, un buen hombre, de una aldea de “casas de pan”, buscando otras cosas, lo encuentra tirado en el campo, lo carga en su carro y lo lleva a su casa. Y, a golpe de azuela, descarna en astillas el cuerpo del tronco, le abre un hueco-pesebre bien largo y bien hondo, y lo clava en la pared de su establo; y relleno de pienso de heno y de paja, a él vienen la mula y los bueyes, y comen, y rozan sus gordos pescuezos, y sacuden sus pulgas, y quedan sus babas... Y el tronco, aquel tronco “semilla-pesebre”, entre telarañas y olores de establo, recuerda, todavía en su alma, aquella promesa de vida, “tú eres muy amado,  servirás para algo muy grande...

Y una noche, después de buscar y buscar cobijo en posadas, llegó compañía al establo, unos jóvenes que, viniendo a la “casa del pan” a cumplir con el censo del Cesar de entonces, buscando y no hallando posada, encontraron cobijo en la cuadra vacía... Y queriendo dormir, empezaron dolores sin sueños, porque a ella, en estado de buena esperanza, cansada, y, tal vez, por la incomodidad del largo viaje, le venían las primeras señales del parto, y el hijo que viviera tranquilo allí en sus entrañas, llamaba ahora a la puerta y quería salir a la vida... Nervios, prisas, silencio, suspiros, miradas, cobijo y abrazo de ambos... Buscar, y pensar, a dónde vamos. Mirar para dentro, y de un lado hacia otro... Y el llanto de vida, la nueva de un niño, rompió, entre sudor y jadeo, llenándolo todo de gloria y de lágrimas, de vida, de paz y de nueva esperanza...

Y el joven padre, un poco inexperto, con manos toscas de carpintero, temblando de gozo, abraza a su esposa, acurruca a su hijo, lava su cuerpecito de niño con agua de  estrellas y lágrimas, y “le envuelve en pañales, y le acuesta en el pesebre de tronco y semilla...”.

Y al pesebre-semilla, tronco vaciado a golpe de azuela, en ese momento, le salieron de dentro, debajo del heno y la paja, como unos brazos muy grandes y dulces, y un corazón de fuego, que de gozo se fundía con el niño, porque aquella palabra de vida, “que un día alguien, con tono y acento de amor y de fuego le dijo al oído “tú eres mi amado, y servirás para algo muy grande...”, se cumplía haciéndose carne, y sonaban villancicos y nanas de pastores al raso, y suenan zambombas y trompetas...

Y ahora el cielo se abría, y ángeles, cantando la gloria de Dios, anunciaban a hombres amados del Padre, a pastores que duermen al raso, al pastor con rebaño del suegro que adora en la zarza, al pastor, muchacho pequeño que, quedado olvidado guardando el ganado, es el elegido y ungido para rey antes de la cena, al pastor que, desnudo, con cantos de río en la honda, apunta certero y vence al gigante... A pastores... que ahora los ángeles proclaman la unción de la paz que nos trae el recién-nacido, que es Hijo y Señor, y que por santo y por seña nos da pañal y pesebre...

Y las estrellas, lágrimas de frío y dolor, de Dios y del hombre, se hacían cometa que guían a magos y reyes que, leyendo los signos del cielo, ofrecen y adoran...

Y ancianos que han recibido palabra y promesa de vida, y van cada día hacia el templo, cantan ahora que pueden marcharse en la paz, por haber contemplado y acogido, en el pesebre-corazón de sus brazos, al Rey y Señor, Salvador de su pueblo...

Y el buey, y la mula, y las telarañas, y el hedor del establo,  y los búhos y las ranas mirando y cantando a lo lejos, revientan de gozo y adoran...

Y todos... contemplando la luz del misterios divino recostado ya en tronco-pesebre, vieron, tal y como les habían contado... Y adoraron. Y se volvieron glorificando a Dios porque todo se había cumplido.

Y todos... vosotros y yo... que hemos recibido Palabra de Vida, en Belén, ¿qué importa ser ahora pesebre o telaraña, pastor o rey mago de oriente...? ¿Qué importan los golpes de azuela en lo seco del tronco, y la oscuridad y humedades que pudren y mueren...? ¡Ella, la Palabra Verbo de Dios, se cumple!  ¡Eso sí importa, en el momento culminante se hace carne de veras. Y nace en ti, bajo tu ley y pecado...! ¡Ella, la Palabra Verbo de Dios, envuelta en pañales, tampoco hoy se desdeña de estar en pesebre... ¡Y a ti, y a cada uno de nosotros, ahora, se nos crecen y agrandan el corazón y los brazos... Y abrazamos en el Niño a Dios, y en Dios a los hombres!

¡Es Navidad! ¡Desde el corazón de Dios hecho hombre, abrázale a Él y al hermano...!

“Los pastores se decían unos a otros: vámonos a Belén a ver lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado. Fueron a toda prisa y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre.”.

¡Es Navidad! ¡Desde el corazón de Dios hecho hombre, abraza a Dios en el hombre, y en el hombre abraza y adora a Dios!

Juan José Gallego Palomero.

S.I.C. de Plasencia  21 – XII- 2007

 

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